No dejarse llevar por los absolutos,
tampoco por los absurdos o los cobardes.
No perder el tiempo en las sombras de lo convencional o establecido.
No caminar sin pasión,
no endurecerse ante la vida, aunque nos venga en ríos de lava.
No dejar de querer.
No juzgar la bondad.
No huir de la lluvia ni del frío,
no pretender, egoísta, engullir estrellas en una sola singularidad masiva.
No idolatrar espantos ni modelos deformes,
no espejarse en nada ni en nadie;
no confiar nunca, bajo ningún concepto, en la publicidad, aunque venga alada.
No volver a olvidar lo único e inimitable,
nunca más obviar la relación circular del tono, el color y la vida.
No odiar, ni temer; no ver por ver, oír por oír, hablar por decir.
Evitar todo lo que crece, áspero y acre,
en los territorios de lo quieto, cerrado y extremo.
No transigir con la iniquidad,
no negociar con lo humano.
Abrazar sin remedio traslación y rotación;
no empeñarse en ser complejo,
sino singular, mismo, tropismos complejos,
sencillo…