Desde qué tremenda distancia,
al terminarse,
entre la flora gris que brilla,
revuelta,
al agitarse la luz
en oblonga refracción
de tu sombra perfecta.
Desde el tercer nivel
de un cuerpo expuesto,
ya no se mira,
que lejos,
que entre la niebla
agitan tus heteróclitos segmentos.
Desde tu espalda el sol,
la ventana muerta
a la mañana blanca;
desde tu perfil el mundo,
eléctrico,
magintud exacta de la cadencia
en traslación,
y un refuerzo extraño,
visión fantasmal,
aúrea,
de un ensayo a contraluz:
repitiéndose.
Y a contraluz, repitiéndose;
y a contraluz, repitiéndose;
y a contraluz, sin voz,
sin distancia cierta,
la luz, apagándose.