A Roger, y a Assela, que ya me perdí al distinguirlos…
Él.
De rojo y azul, o no; olvidando hasta las madrugadas.
O de naranja.
O del color que se hace hasta el último de los primeros colores.
Capaz de ser,
capaz de sufrir como no sé
hasta la más cercana de las pérdidas,
entre lo que perder no imaginamos posible,
como un rayo;
y no haber podido, y no haber estado…
Él, en el colmo de la sensibilidad,
de la pequeña franja enorme
que se abre en las junturas,
vida entre telares líquidos de tiempo,
capaz de ver, capaz de tener,
capaz de reír como los que ríen se cuentan,
salvajes, sin hogar griegas,
entre iglesias sin terminar
y agujas que parecen abrir el cielo.
Él, apoyado siempre,
cuidado, tenido, susurrado,
velado por ella;
que yo haya visto
no queda nada por quererse…
Ellos que ver,
que animar,
que querer,
que imitar…
Ellos que estar
siempre que uno quiera
evitar la pobre sutura de la indiferencia.
Ellos…
Gracias.
Poco, pero es para siempre.
Y palabras que no son de idiomas,
y comprender,
seguir haciéndose humanos…
Y Alicia, també, y correr que hiela
todo menos aliento, memoria;
y que se metan las patrias por el culo,
yo quiero ser de quien conozco y de quien me habla,
yo quiero ser de quien me ríe,
y el resto será nocturno,
donde forjamos los metales,
de sopetón…