Lille

por Somnoliento

Lille es una rabia que sigue hirviendo en cada nota.

Lille se repite como una revancha
de la memoria amoratada en su aciago
venirse en los ojos que descansan
fijos en el infinito de no haber perdido
ni un adarme de tiempo –y a pesar del tiempo–,
y a pesar de la nieve acodada en las aceras,
del gris consumido en sus mañanas;

Lille sigue brillando como entre brumas,
vive en el recuerdo desmenuzado,
desnudo de los detalles de la palabra;
arruinarán las tormentas sus fachadas,
se levantarán sus calles empedradas,
pero seguirá palpitando en su centro
el mismo sentido,
la misma justa y transida mácula
que aviva, en la vigilia, su memoria.

Lille se hace joven en su orearse cada día:
vuelve al tañer de la lluvia pastosa,
al crudo invierno, pasando como de puntillas
entre los bosques de risas.
Se encuentra en el lugar correcto,
aunque nos encadenemos al recuerdo,
será siempre en los goznes de la verdad
de haberse visto en la sagrada desnudez
de no ser más que en los otros, puro momento.

Lille será ver refulgir, como sólo en la evocación
es posible hacerlo, las viejas, renovadas historias:
paseos, ebrias fundaciones y traspiés,
altísimas iglesias de un gótico raído,
idiomas que nunca terminamos de comer,
con las manos, con los ojos de una voz raída;
en tus labios, en los míos,
templos de juventud,
fortalezas de esa parte del espíritu,
neblinosa pero fuerte,
sutil pero estridente,
que sólo piensa en vivir,
y a pesar de los chacales,
y a pesar del rancio crujir
de todos los inviernos trasnochados.

Lille es la última de las esencias
destapada aun bajo la lluvia;
la proteica expresión del caminar, 
aun de nieve y hielo;
la fina pulsión a estallar en carcajadas,
a pesar de los grises, del oscuro
marcar de los días que pasan
sin remedio, sin piedad ninguna;
clemencia final a ser como fuimos, 
en el preciso momento en que lo fuimos,
bajo el mismo color,
sólo nosotros,
sólo nosotros,
poco más: un puñado de sol,
una mirada furtiva clavada en el presente,
un rastro de palabras al terminar la noche.

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