Te veo cruzar al filo de la playa, funambulista creciente,
caminar sola como si no hubiera mañana
que pudiera detenerte, rutilante sobre las olas,
jinete blanco de la espuma efervescente,
y pasas sin mirar, el pelo enredado entre las rocas,
ni la arena permanece por miedo a rasgar
tu figura de agua y frío, que en el quejido de la noche
se demuestra insegura, extensa entre los valles
ocultos y sombríos que se enervan entre tus piernas.
Se derrite a contraluz en albayalde diurno
el sudor galvanizado que se bebe en tus fronteras,
como yunta de locos te siguen los rayos de sol,
y yo rumio los fotones que, uno a uno,
estampan marcas aureoladas en tu espalda,
aún remota, aún expolio de la pasión irresoluta.
Vuelve el mar a marcharse, y con él tu imagen,
como en la bruma que escupe el alba,
deshaciéndose en la brisa pulverizada
que recoge tus aromas,
que aviva la azarosa geometría de tus blancuras.
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