Tengo el cielo hoy en una mano
y dos encuentros de ti
colgando de la otra,
que no reprende,
que no sabe dónde termina el día
y comienza la noche
que en tus lados se define.
Tengo en la mirada
los polígonos desarmados
que forman tus redondas simetrías,
probabilidades de tus combinaciones;
de estar o no estar,
de subir hasta el vacío,
de no caer, de provocar,
de alcanzar sin retornos
las brillantes fronteras
que separan, fosfóricos,
desmadejados los cuerpos.
Tengo quimeras de anomia
que llaman a tus nombres
por el camino de la necesaria
escisión de carne y recuerdo;
tengo tu voz como elemento,
metálico, aupada y luminosa,
sentida en la vibrante tangencia
de la falta y el desencuentro;
tengo tu voz, como un pensamiento,
en las raíces de cada verso,
en el color que se extiende
amamantante, cálido,
revuelto en las diminutos gotas
que se filtran bajo el peso del cielo.
Tengo que no tengo,
que tener no es de nadie;
que sólo tengo las ganas,
el rebrote,
los defectos,
la fina expresión
de no saber expresar,
más que crujiéndome los dedos.