¿Qué es lo que queda si no una montaña de bosques muertos?
El árbol del sueño, roto, abierto y comido por los elefantes.
El árbol de la ilusión, de la fantasía, seco, recubierto de termitas,
horadado en miles de pequeñas cicatrices oscuras, irrecuperables;
la hierba ahogada bajo los cadáveres de los gigantes,
el verde olvidado, y la luz que abrasa hasta las más viejas hebras.
Viento del tiempo flamígero: Fenrir descarnado,
de las fauces ensangrentadas surge cada paso,
y la espalda combada, que sufre, que cruje como de hueso solo.
¿Qué es lo que queda si no el glauco icor de pasiones descascarilladas?
La de amarse como del rocío, hasta que no hubiera ni mañanas.
La de no temerse, la de no cuestionarse, la de sólo tenerse…
La de ser valientes, hasta cazar dragones, hasta enfrentarnos al fuego…
Artax murió en los Pantanos de la Tristeza
y la Torre, infantil, blanca, no es hoy más que un amasijo de hierros
cuajado de cristales rotos, rompientes, lacerantes, afilados;
¿qué es lo que queda si todo es del color que lo pintamos?
Si nada fluye, si no existe la visión exótica más allá de las puertas de cuerno y marfil…
¿Qué si sólo queda la vida espuria del asfalto y el plástico?
Qué del corazón, dime, qué del agitarse con un roce,
qué del guarecerse como un gato entre las piernas, bajo la húmeda luna,
qué, dime, si perdiste hasta de niño las efusiones del color que las nubes trajeron,
el sabor del polvo y la carrera, el pico, la roca, una abeja,
la mano del tratarse cuidadosos debajo de una manta,
¡si fuimos de acero, y de algodón, y de viva noche!
Qué del morder el hielo, el ruido, la furia, lluvia de centeno, y el hambre.
¿Qué es lo que queda si ya no quedamos?
¿Qué es lo que queda si nos abandonamos a la superficie adulta del miedo?
Imagen por: byzwa-dher