Qué es el tiempo, sino el cúmulo de lo que dejamos de esperar,
la cuidada marea sin rumbo
hacia la que desembocan
todos los destinos que,
iluminados por toscos latidos de hierro,
batimos entre las palmas,
restallando imanes de sudor contra las piedras ingratas.
Qué es el tiempo, y me lo preguntas tú,
que lo devoras como nadie;
qué son las maravillas
que se derivan de cada idea,
de cada querer abrazar volcánicas, insondables pasiones,
en el barullo de cuerpos que se nos forma
bajo el agua roja de regatos dorados.
Y nadamos contra el viento, a favor de la corriente,
porque la crecida de la memoria es el terror
y el olvido una constante heladora,
una garra que brota del subsuelo
chupando de las raíces
en el rico nitrato de los años propuestos.
El tiempo es la pausa,
y la rabia,
y la lágrima que se agrieta antes de hacerse llanto,
el ruido,
el verse mojado en los labios de otro,
y la mitad de todo,
el peso del aire,
y el sabor de todos los rincones que descubrimos juntos,
arañando el espacio con los dedos verdes
de ansia,
de crujir las pulsiones en un una sola palabra.
Tiempo es vivir,
hasta cuando lo vivido es niebla,
producto de lo efímero,
amor que se nos revuelve inexacto
entre las fusiones que toman los colores de unos ojos extraños,
de la piel que se agita sorprendida en cada roce,
en cada expresión alargada del tacto.
Eso es tiempo, mirarse largo,
encontrarse entre las furias descargadas;
si hay tiempo, no lo conozco,
sólo las extensiones del deseo,
sólo las olas del beso, el rompido de la espuma,
el espacio sincopado y breve
que se derrama en tus sabores.
Qué es la amistad sino tiempo,
qué es el amor sino pretenderlo…
Imagen por: xetobyte