Frente al terror: ¡ámense!
Ámense, que la vida es un bluf,
una onomatopeya en desuso.
Ámense, ámense siempre que puedan;
amen a quién les quiere,
y a quién no también, qué se joda.
Amen a sus conocidos,
y a los desconocidos también, nunca saben cuando podrán ser más conocidos,
cuando queridos.
Amen sin sentido, aunque con inteligencia;
no amen al que odia, no pierdan el tiempo,
pero no odien, que el odiar desgasta y marchita.
El odiar es un trabajo muy duro, cansa,
y mucho,
y agosta y envenena y mata.
No pierdan el tiempo y la vida, no odien.
Amen, carajo.
Amen mucho y bien.
¡Ámense hasta cuando queme!
Amen de pie, de espaldas, tumbados;
amen con la boca, con las manos, con los ojos,
con el último roce de su pelo…
Ámense, con locura de amarse.
Amen.
Y sonríanle a la vida siempre que puedan;
son cuatro días, o menos,
poco más,
por eso sólo tiene sentido pasar amando,
satisfechos de ser,
que abandonar la amargura y la
misantropía es un derecho, no un lujo.
Ámense como hombres, como mujeres, como todos juntos y revueltos,
ámense como quieran, cojones,
que no existen dioses ni diosas,
ni razas ni colores,
ni profetas ni santos,
ni cielos ni limbos,
créanme, nadie los ha visto,
que no hay reglas para amarse,
sólo existe el mundo que pisan y beben,
y ya que pasamos,
mejor hacerlo amándonos.
No sean cenutrios, ámense y punto.