Yo busco no olvidarme de quien soy,
recogerme sólido en las fronteras
en las que acecha rabiosa la pérdida,
confrontar la terrible dilución
en las mareas que sumerge el tiempo
y alejarme del viciado zarpazo
que transige esta madurez rabiosa,
que se filtra entre morales caducas,
que asfixia la ilusión de contemplar,
ver por ver, mirar por mirar, estar
por hacerse iluminar entre brumas,
acechando obstinado el horizonte
que escapa al revolverse de los élitros,
anquilosados en mares de polvo
entre las voces que el veneno portan.
No busco extenderme hasta sus confines
inauditos, imposibles, injustos,
no quiero silenciarme más del sol,
dormirme a la luna, obviarme la noche,
no quiero pasar de bruces, sonámbulo,
con los pies empozoñados de cieno
y sangre, encostrados en la apatía,
dejando pasar las lomas del viento,
el olor de los árboles del agua,
la paresía de hallarse perdido
entre un mundo que baila para pocos,
y en la cima del último gemido
retomarse, cruzarse, embelesarse
de nuevo con el mudo titilar
que asoma mínúsculo entre los dedos,
que recorre eléctrico los canales
más profundos, abriendo secos mares,
despertando las praderas del llanto
y de la risa, en el azul licuado
de los mensajes que pasan sin ver,
sin encontrarse más que en las salivas.
Yo no busco la sola vida eterna,
yo quiero la vida larga y sencilla,
no las que por llegar nunca llegaron;
y revolcarme entre locos del alma
a los que nunca caló la ambición;
y rebajarme, ebrio de asimetrías,
hasta encontrarme calado en el fondo,
humano entrópico, rebelde y frágil.
Encontrarme en el suelo, puesto en pie,
resto de todo menos la mirada,
lejos de la cumbre hallarme concreto
entre los que miran, entre los que aman.
Imagen por: Tommy-Noker