Hoy la tarde es soleada y se riega,
la humedad acude silenciosa
entre los pocos que pasean,
y la mezcla de términos, pacífica
me lleva a otras tardes, más viejas.
Tardes más largas de veranos largos,
tardes eternas de humedad
aroma, hierba y risas y voces,
de movimiento perpetuo y sonrisas,
de padres y de hijos, de familias,
de amigos y amigas por manojos.
Número tras número, casa por
casa, puerta por puerta, uno a uno:
¿Sales? Sí.
¿Sales? Ceno y salgo.
¿Sales? Bocata, salchichas, salgo.
Salid ya de una vez, que nos vamos.
¿Quién falta? No,
tirando la basura.
Pues vamos. Vamos.
Eh, esperad, que ya vamos.
Tardes que se precipitan a la noche,
en el caos de las últimas bicicletas,
balones, bañadores y toallas
olvidadas en la cumbre de la piedra,
de ese momento en que acababa
el día, largo, larguísimo, infinito,
y la noche se acercaba en olores
dulces de flores noctívagas
ensanchando el volumen líquido
de corazones aún infantiles
a poco de explicarse con manos y labios
todo lo que sus emociones ya cocinaban.
Ve contando, ¿quién falta?
Se hace de noche. Mira.
Viene, no viene. ¿Saldrá?
¿Hasta que ahora?
Saldrá. ¿Cuándo?
Balón, patada, carrera, patada,
empujón, revolcón, bollo,
carcajada, bocadillo, hierba
de porosas digresiones selváticas.
De como sol se iba, arrastrando
los gritos de la piscina y el pan,
hablan bien el reverbero que, hoy,
en otras tardes lejanas, cortas,
breves, delgadas, escuetas y rojas,
de como aprovechar hasta el último
segundo sin preocuparse en qué,
cuando todo el día se tiene
lo de menos es el qué, o el cómo,
solo cuenta el no mirar, no pensar,
el hacer, el desear, el ver, el reír,
el mirarse, y el tocarse furtivos
sin que nadie lo sepa, ni los mismos
tocantes y tocados, que pasan
eléctricos sobre las exigencias
crecientes de un cuerpo en expansión.
Subimos. Subimos todos. En ritual,
procesión, marcha semi nocturna,
momento álgido de libertad.
Subimos. ¿Vienes o no? Voy.
Chucherías, futbolín, coca cola,
patatas, pipas, kikos gordos
como kikos, aguas de colores,
libertades, tensiones, miradas;
mirará, mirará, mirará, no mira,
y si mira no es a ti, será a otro.
Bajar. Llegar. Hablar. Sentarse
sin más sobre esa hierba bendita
manta de los tiempos muertos
en los que disfrutar por el simple
hecho de estar juntos, de reír,
de estrujarse las manos,
de mirar cuando no se mira,
de ser mirado cuando hace que no mira,
de rozar, de hablar, de reír,
de experimentar que no se va acabar
la noche en ciernes y que mañana
no habrá otro día entero, infinito
día de luz creciente y soberana
reinando sobre montañas partidas,
colas de dragón, montones de semillas,
mujeres yacientes, piedras malignas
de fama inmerecida, cuerdas interminables,
y un granito fugaz que brilla solo
cuando quiero encontrarlo,
refugiado entre los pinos bravos.
¿Qué hora es? Te llaman.
No es a mí, es a ti. Chis, calla,
que no me vean. Es a ti.
Que no. Que sí, mira. Joder.
No te vayas. Vete tú.
Mañana. Joder. ¡Un rato más!
¡No! ¡Es verano! ¡Y qué!
¡Que es sagrado! Mañana.
Mañana más, nos quedan todos
los días que consigamos hacer
perdurar en la memoria;
no en esa, en esa no, esa se agosta,
digo la otra, la que cuelga debajo,
enterrada, cimientos aromáticos
que huelen a flores que huelen a pies,
digo esa otra, la que despierta
con la tarde inacabada, la que resuella
porque las noches siempre tienen
un final que hacerse por volver,
esa, la que late, la que es verde y azul,
la que es músculo y metrónomo,
la que sufre y vibra, ríe y cambia,
la que más y mejor recuerda,
la que bombea todos los recuerdos
como torrente cálido a todos
los rincones de tu cuerpo embalsamado
en esas tardes largas,
—ya llegarían los tiempos de la noche,
espera, aguanta en la tarde,
tarde cuesta abajo y de arena—
en esas hierbas húmedas,
en esas risas eternas,
en los veranos interminables
de no hacer nada, nada más
que empeñarnos en vivir,
afortunados,
los unos con los otros,
y todos juntos, hasta la última
brizna de noche robada
que se nos permitía decorar.
Hasta allí, hasta que te ibas,
hasta que se iba el último penitente,
hasta que volvíamos a silbarnos
y a llamarnos de buhardilla en buhardilla,
número a número, puerta a puerta,
risa a risa, de vida en vida,
de memoria en recuerdo,
de memoria en latidos.
Tardes largas
de veranos robados
a la estúpida velocidad del tiempo.