De los cielos echarse encima
revueltos en espasmos de tierra.
Me sobrepasan los pasos que no he dado,
ahogado en el lodoso saber que ya nada es igual,
y cambian hasta las piedras,
que nunca cambiaron;
cambian hasta mis manos
que siempre parecieron las mismas,
se agitan, crueles, los mares de espuma y asfalto;
se revierten y retuercen las losas
de esta cantera ineludible,
pesada y errática,
que es la vida.
Morderse en el filo de la rosa.
aferrarse a la marca en la corteza del árbol.
No crecer, encerrarse al tiempo
y amasar la muerte hecha de arcilla.
Cuán bestial es el grito,
cómo retumban las penas
cuando son como de alquitrán.
Despedirse y despedirse.
mudar piel tras piel
una vez nos las rasgan, a bocados.
Y seguir y seguir,
y seguir y seguir,
aunque sea mirando el suelo,
evitando el guijarro mal plantado;
levar cada pie como de plomo,
cada suspiro como con filo…
No hay idea que valga,
no hay sentido,
sólo el seguir por seguir,
avanzar entre crujidos,
sólo aprender a vivir,
como siempre, como todos,
al borde del precipicio,
dispuestos siempre a caer.