De pie: mirarte a los ojos, sonriendo.
Mentalmente: contar al ritmo de la música
que tu corazón sugiere entre latido y latido.
Sin tocar: despegar tus labios, en plumas,
en nubes de blanco exaltado.
Así, sobrevolándote: rabiarte en la palabra, en la sílaba,
en la letra pequeña que juega a miel en tus pupilas.
Profano: proclamar en la tensión de tu piel
el próximo estallido, la tormenta suave de tu boca.
Deletrear: escurrir aún húmedas tus risas,
y jugar a que se juntan, derrubiadas, las unas con las mías.
Quiméricos: encontrarnos, cuando se deje de sentir
el aire que la rutina agota; cuando entre las verdades,
sintomáticas aunque ocultas,
evidentemente errantes,
crezcan primaveras invencibles,
la briaga intemperancia de perder los estribos:
la calma,
el son,
la diurna desgana…
Imaginar: alterar el ritmo sinuoso, establecido,
de todas las esquinas que enjaulaban tus horas;
horas que no son de nadie,
horas que no serán mías.
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