Un camino,
bahía azul,
luces en crisol
de naranja sentenciado,
violetas que crecen
para ir a morir,
solos,
asaeteados de estrellas,
y Lisboa urgiéndote,
en el grito
bramante de sus heterónimos,
«en la niebla leve»
y un mandarín que cruza
en el paso y el hielo,
en la cruda sobriedad
de sabernos, pronto,
nocturnos, escapados,
ebrios de no escindir,
de avanzar en el antiguo
silencio,
a buscar la mañana;
Y despedir,
al menos hoy,
el sueño de Iberia, ciegos;
y anunciar,
al menos hoy,
las silábicas memorias
que se nos filtran,
rabiosas,
flamantes,
entre la pasión
y el siseante transigir
del líquido color
en verdes alegrías.
Y entonces recuerda,
que no se te olviden,
ni aún en la ventisca
de la vida y calor infame,
las tremendas terrazas y sus ruinas,
que no se te pierde la gente,
los que cantan,
los que callan,
los que bailan
y aún en ritmos que no saben;
los que estarán,
los que fuimos…