Mi país me da vergüenza,
sea el país que —no— sea:
el orgulloso engreído,
los ladrones, las mentiras.
Me dan pena mis vecinos,
me dan asco las banderas,
los títeres en la calle
al pasar de metralletas.
Me rumia en el corazón
la ignorancia engrandecida
al saludo de los reyes,
su injusticia enardecida;
el color regio en miradas
de procesiones manidas,
el sórdido canto antiguo
de palabras sibilinas.
Me rabia la falta atávica
de sentido por lo humano,
del saberse universales,
de no mirar más al cielo
para encontrarse molidos,
y escudriñar los colores
que no dibujan banderas,
que no decoran países.
Colores en el color
de infinitas extensiones
donde no encuentran refugio
tus mermadas percepciones.
Me repugna mi país,
sea cuál tenga que ser,
toda la mierda crecida
por no quererse saber,
lodos que nos empantanan
por no saber aprender;
me rumia el alma desnuda
esta falta de querer:
querer de quererse todos;
querer de entender que todos,
de tu pueblo en norte a sur,
todos los países, todos,
de tu giro en espiral
de tantos planetas, todos,
de nebulosas vecinas,
al radiante final rojo:
todos somos tanto o nada,
como la hierba o el hielo,
como el árbol y la sal,
como la rabia y el miedo.
Todos: insignificantes,
improbables diminutos,
efímeros, raudos, breves
de probable impacto poco.
Me da muerte tu país,
y los que vengan después,
como grima las banderas
de un viento que va al revés.
Que llegará al fin progreso
de los días que no ves,
que corto no aceptas, miedo,
que no puedes detener.
Grita todo lo que quieras,
quédate ronco, rechina,
arma tu brazo y la voz,
pronto seremos negrura,
polvo, carne que no fue,
y toda la falsa inquina,
tus defensas y tus miedos,
se perderán con la espuma.
Me avergüenza, al fin, el mundo
del hombre desolador
que machaca a sus hermanos,
que asuela su único hogar;
me rechinan las meninges
de tanto dios salvador,
tanto rey, tanta bandera,
tantos países de más.
Desde el polvo del planeta,
desde el hambre y la violencia,
desde la negra ambición,
desde la colosal ruina
de nuestra razón raquítica,
rompamos con la cadencia
de frío titiritero,
retomemos la inocencia.