Los hombros caídos, lentos,
joven, guapa, elegante,
seria, vestida, cansada
mucho antes de despertarse.
Mira como si de miedo,
se aferra a su bolso, ausente,
de lado a lado, los ojos
a punto de derramarse.
Camina pesada, triste,
piernas plásticas renuentes
sobre el asfalto asolado,
paso corto y faltante,
como de retraso sordo,
el suelo negro amenazante
bajo la enjuta desgana,
de su destino imparable.
Mira y remira que nunca
llegue a poder llegarse,
la puerta al fondo en cristal,
la boca por empacharse.
Para, helada en descontentos,
nadie la ve reducirse,
nadie la mira, solo ella,
solo yo, descomprimirse,
una penúltima vez
para volver a inflamarse,
hacer crecer la coraza
del día por olvidarse.
Camina de nuevo, sola,
se desliza transparente
mira como si de miedo,
como de alma inexistente,
que la ha escondido atrás,
la he visto soltar su lastre,
luego la recogerá,
de nuevo a resquebrajarse.
Acelera, ya sin dientes,
nadie la ve desprenderse
de sus sueños y su sangre,
entra a paso fulgurante
cubierta de roca y sal,
pausa todo el por amarse,
ocho horas vivir le cuesta,
ocho por cinco, engañarse.
El día la esperará,
frío y niebla en que acogerse,
le dará la noche muda,
la tejerá fulgurante
para que brillen sus ojos,
para ocultar las variantes
oscuras de los esclavos,
para en ella derramarse.
Mira, cansada, pero ya no triste;
sueña a que no piensa nunca en volver;
camina, desmenuzando el asfalto,
oliendo la hierba, como si ella libre.