No es un olor,
no es el sabor dulce del fresco nocturno,
tampoco son las luces titilantes
sobre el final azul del día profundo,
ni siquiera el rumor del pueblo
revivido en las cuestas de verano;
no es del viento el roce agradecido,
no es nada de eso y lo es todo;
es una filtración de color esquiva
que trascina en la piel y el recuerdo
inflamando de flores la memoria,
recreando cada día y cada noche,
cada tarde, cada sol
y cada paso que dimos, justos;
es el imperecedero vibrar
de las fuentes del mundo y de la vida,
la corriente alígera del tiempo
que nos abarca y contempla,
que nos contiene y anima,
que nos hace,
que nos lleva en su orden
sin remedio,
mostrándonos lo viejo,
empapándonos
paciente y tranquila,
hasta la punta nebulosa de los dedos
y en todo lo que va siendo nuevo.
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