Hay que gritar, gritar más.
Gritar más a destiempo,
cuando no proceda,
cuando no encajen los gritos
y nadie los espere.
Hay que gritarse más,
siempre que no haga falta,
decirse lo bonito,
lo suave,
lo insignificante,
levantar la voz
en sublime desconcierto,
atronar supinos
cuando todo viva en calma lisa.
Hay que gritar, más, mucho,
pero cuando no proceda,
aunque la norma lo prohíba,
deshacer a los calmos, a los secos,
despertar a muertos y vivos,
desperezarse en la voz iluminada,
cargada de gargantas cargadas;
y cuando gritar creer que debiéramos,
callar, respirar, callar,
hablar pausado,
bajar la voz hasta el límite
de lo invisible,
y así pasar,
pasar gritando más,
cuando nadie lo quiera.
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