Hay sitios, lugares, espacios, tiempo,
en los que ocurres, más o menos vivo,
más o menos sano, quizá consciente,
en que a pesar de extraños y dolores
tienden a volverse lo más parejo
a un hogar: tu casa, un refugio, un templo.
Hay momentos que pasas en lugares,
lugares que transmutan en momentos,
miradas turbias que revuelven tiempos
en los que titubeantes los pies,
quedarse, quietos, sin mover los dientes,
breves realidades inestables
de cielos bajo los pies sin consuelo,
montón de palabras desmadejadas
en triángulo del churro y de los trigos;
hay recuerdos que son irrenunciables.
Hay mañanas que huelen a lugares,
inauditas, recónditas mañanas
y hay momentos que se hicieron liturgias,
ritos de lo ebrio y de lo más humano,
donde los tumultos no son tortuosos,
donde no hay voces que no se descuelguen
en sus armonías descoyuntadas,
ahí, justo, que no se entienda nada,
donde los borrachos son venerados
y la felicidad es estar, ver,
beber, estar, ver, escuchar, contarlo
mañana, que el tiempo haya envejecido,
ahí, justo, entonces, desperdigados,
es donde arrancan todos los principios;
hay ideas que son inexpresables.
Hay lugares, o los hubo, y momentos,
cuando sentimos que estuvimos vivos,
y hay, hubo, santos, despiertos sagrados,
que a pesar del granito y de los gritos,
de las mil mutaciones de la noche,
siempre estuvieron, guardando, aguantando
los espacios, lugares, tiempo estanco,
detenidos iluminados, toscos
impasibles, cumpliendo e incumpliendo,
santos que todo lo ven y aguantaron;
hay santos que serán irrepetibles.
Hay lugares y momentos, momentos
que son lugares, pero nada es para
siempre, ni tan siquiera los recuerdos,
y aunque un día la rima se apagase,
olvide que obligaba a la mañana
a retorcerse rabiosa y pesada
y devolvernos algo de esa luz
que desaprensiva nos reventaba,
aunque un día no reverbere más
porque no haya quien contra el cielo grite,
el granito a ritmo de resistencia
ebrio de recuerdo repetirá:
«eo, eo, eo, Churrería Teo».
Y entonces, quizá, alguien recuperase
algo de sentido, algo de lugares,
y quizá, entonces, alguien sepa adónde ir;
y allá Teo quizá vuelva a escucharnos,
y entre balbuceos, podamos decir:
gracias, lo siento, gracias, lo sentimos,
muchas gracias por todos los lugares,
gracias por defender hasta el peor
de todos nuestros momentos más locos,
gracias por todos esos locos momentos vivos.
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