A pie del mar
me encantaría ir a verte
a pie del mar
a contraluz del deshielo,
las manos secas,
arena pegada errante,
verte talar
tus árboles a dos manos,
a ver tu cuerpo
de nuevo erguirse temprano
contra mi tiempo
y las celosías raras
en que transmutan
las nubes al reventar.
Me gustaría
verte antes del mar
seguro de hallarte sola
en baño de luz,
para que puedas hablar,
ni hacer ni burlar
los espídicos canales,
tropiezos de piel.
Verte como no te sé,
quizá extraviada,
tanto como no podré,
porque perdí en el camino,
ganas de perder,
y en el ganar no hay destino,
en las esperanza
no hay nada, más que el cerrar,
desparramar,
esperar y conformarse,
desdibujar,
olvidarse en el resueño,
dejar que los otros
decidan, sin resentir,
sin remirarte,
a que tus alas de cuervo
batan al fin,
al viento, ciegos intrusos
de la nada que ferviente
nos albergó.
Nada de carne y destiempo
más allá de una
transformación lorentziana,
donde el tiempo es
caminable y los alientos,
destartalados,
todavía sarmentosos,
pueden volver hacia atrás,
volver atrás,
nunca volver a perderse.
A pie del mar,
celentéreos traslúcidos,
holoturias enroscadas,
y abrazarte.
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