Kafka era bajito, y raro, pero nunca quiso verse tan miriápodo, esclavo de los quelíceros comerciales. Un día se atrevió a levantar la esquina de tela desprendida en la que había oído crujir al mundo, allí halló a los fantasmas, que se rifaban riendo los besos robados. De ellos aprendió mucho, aprendió todo menos el camino de vuelta. Tuvo que aprender a ver desde la barrera palúdica, a través de sus ojos afantasmados, glaucas reflexiones de la sombra, sangrando siempre por debajo de las entrañas de la luz. Kafka era bajito, y raro, y se quedó encerrado para siempre con los fantasmas, en la cara interna de tu mundo, mirando, escuchando, aprendiendo sin poder tocarte.
Imagen por: bethchan