En el último latido seco del verano
nos dejamos mecer aferrados a los restos
del estío moribundo en su lenta partida,
y arropados por el eco en los montes cercanos,
vivimos de nuevo como hiciéramos entonces
en las cumbres oscuras de la clara locura.
Y corremos a hacer todo el ruido que podamos;
y cantamos bebiendo, y bailamos sin mirarnos;
y seguimos despiertos, enarcando el mañana.
En el último latido seco del verano
donde septiembre empieza solo su lenta muerte
es donde nos encontramos, desnudos de envidia,
con el solo vestido del tiempo más sagrado
y la fuerza que encontramos en las noches, juntos,
en el mismo lugar, de cara al verano, siempre.