Creo que en este mundo falta mucha filosofía, mucha más;
que sobra economía, por todas partes;
y que falta, por encima de todo, mucha, mucha humanidad.
Falta lectura,
y falta cultura, en general.
Falta criterio, juicio,
ambivalencia, empatía,
sentimiento
y el contacto íntimo con las emociones
que nos hicieron lo que somos,
lo que fuimos…
Sobra pensamiento,
sobra razón pura,
esa razón sola
que se crece en los formatos
numéricos y en las lógicas
aplastantes del uno más uno,
del dos por dos
y de los ricos y los pobres.
Sobra hambre y desigualdad,
igual que sobra muerte,
esa muerte que crece en nuestras miradas,
escondidas en un suelo
de asfalto hirviente;
muerte que se yergue, pletórica,
con nuestra falta de solidaridad
y el egoismo supino del liberal,
del moderno nihilista avaricioso.
Sobran teorías obsoletas,
esas que hacían del hombre,
por puro interés,
por poder,
por dinero,
un individualista,
un lobo del lobo,
un lobo del hombre y de la mujer,
un ser aislado y omnipotente,
asexuado y mudo,
dueño y señor de todo y de todos.
Nos sobran muchas cosas,
por desgracia,
tantas como nos faltaron,
como nos faltan,
y en mitad de las guerras
que libramos cada día
por ganarnos el pan
y la consideración de un mundo
que no hace sino por alienarnos,
las fuentes del amor
–el amor más ingenuo,
ese del que se burlan,
ese que se proscribe
en dioses de arena y madera,
de falsos nirvanas
y tridentes obsoletos–
se contaminan inevitables,
se enlodan y secan,
mientras los locos de la avaricia
ríen sobre sus tronos de mierda,
carne putrefacta
de los hermanos que,
en su camino liberado,
fueron eviscerando,
devorando desde el interior.
Nos sobra horror
en el polvo de esta planeta…
Nos sobra hasta el vestido,
nos falta amor,
y solidaridad,
y hermandad,
y cultura,
y filosofía,
sobre todo eso,
mucha simple, sencilla, mundana,
noble filosofía.