Me gustaría ver
tu reloj en la mesa
que está junto a tu cama,
comprobar lo desnuda
que se ve tu muñeca
sin él; tan grande y blanco,
exagerado por
la finura en tus formas.
Oírte respirar
mientras tanto, dormida,
o casi, en el extremo
agudo de tus sueños,
verte, también, desnuda,
brillante en el albor
de la noche alargada
en carreras de besos,
de las manos ya quedas
pasada la febril
marea de buscarse
los rincones nativos.
Esperarte, confuso
aún, por la llegada
imprevista del día,
siempre tan tempranero
cuando de recorrerse
se ha colmado la noche;
saberse en el mar calmo
de tu espalda morena,
ver, tu piel de reflejos
húmedos, y tu rostro
de plácida sonrisa,
esperando en sus labios.
Ver tu rutina, yo,
que no llegué a ser nadie,
yo, que miré de lejos,
que soñé con tocarte.