Siempre me duele, más,
dejarte en las esquinas
de tus manos frías,
sola tú, deshecho yo;
solo de tu vida, solo de tu sueño.
Siempre me duele, cada vez más,
nuestra cruel y mensual despedida
que enturbia el secreto
de la consciencia
con su canto turbio y falaz.
Siempre me duelen las horas sin ti,
pero más me duelen
las que no fueron, pudiendo ser,
más que las últimas, esas,
las que podrían ser,
a no ser por estas crueles despedidas.
Y no me queda más que esperar,
y a ti; yo sin ti, tú sin mí,
y siendo juntos en la verdad
superficial e incierta,
pero fuerte por dentro,
del futuro travieso y esquivo.
Esperar bajo el tiránico grito
del tiempo que,
aún en sus picos,
resuena hoy más glauco,
cada más lejano,
cada vez más, al fin,
más breve.