Y mando caritas sonrientes,
que guiñan ojos y lloran de emoción,
y mientras me recomo por dentro.
Da igual la oscuridad si va por dentro,
circulando en ebras de gelatinosos
errores mal zanjados.
Los reproches queman,
y las palabras son veneno
que reverberan en las noches de vigilia,
una tras otra,
—se acumulan—
una tras otra,
impertérritas, bocas babeantes
teñidas en la sangre de mis propias ideas.
Cuando el enemigo crece dentro
las defensas son de los muertos,
tacto frío de holoturia hambrienta
instalada en las entrañas,
envolviendo cerebro y corazón.
Resuena en los oídos el crujir de un mundo en silencio,
y el sueño escapa tranquilo,
mirándome atrás como si riera,
sabiendo que volverá a huir,
sabiendo que escapará siempre que quiera,
saltimbanqui ladino y esquivo.
Máscaras del día a día,
rechinar repetido como memoria
de los soles que nunca llegan;
mirar al cielo con miedo
y admirar la lluvia negra
en los extremos de las miradas baldías.
Alimenta la negrura,
al menos serás parte de su viscoso juego,
al menos ahogarás el miedo
en las simas de sus molares gastados,
y no habrás de perder las fuerzas
en fingir sonrisas de fuego,
en tragar palabras de rabia y desprecio.
Nunca llegarán a brotarme las alas
y en el camino del anhelo,
dejaré las marcas de mis pies rotos,
de las únicas voces que tengo
—mi boca murió en la hoguera—
escapando a borbotones de mis manos.
Imagen por: ashsivils