Cansado por lo nocturno.
Triste por lo mortales y quebrados.
Sonriente por encontrarme,
a pesar de todo,
de nuevo con la madrugada.
Feliz de tener entre los dientes
el duro llanto de las risas
undosas de la memoria.
Repetido y desvariado
por escuchar las canciones
que hablan en esa misma lengua
cantarina y pastosa,
frenéticamente pequeña,
acaloradamente suave,
fría como esas calles frías,
en esa misma lengua que hablas tú,
como si arrastrases contigo
los acentos de años,
la lluvia de tantos,
una distancia eugenésica,
nuestra repulsión congénita.
Cansado, como siempre,
sea o no de lunas,
sea o no de soles
que no nos levantan,
sino que nos amenazan;
cansado de no querer dormir,
porque dormir solo avanza el día,
y el día es el tiempo,
que no sabe nada más que correr,
y en cada hebra de tiempo
yo veo extenderse aún más
ese océano que nos estremece,
que irremediablemente
se empeña en separarnos;
no es de agua,
ni de cemento,
ni siquiera de calles,
esas siempre hans ido nuestras,
es un océano de indecisión,
de falta de,
de sobrar para,
de no querer decir,
de no poder, ni mucho menos, hacer.
Cansado, y triste, y nocutrno,
mucho,
pero feliz, porque la vida sigue,
y la memoria nunca acaba,
y yo le muerdo
a los enemigos de la nostalgia
los genitales a traición,
y lo hago de memoria,
y de recuerdo,
lo hago en la madrugada,
despierto,
sorbiendo de los sueños
que en los demás se crecen,
que a todos dominan,
esclavos de la sal,
ahogados en el sudor
del que solo sabe despertar,
mojado a contraluz.