Siesta en verano

por M.Bardulia
La siesta verano, momento sagrado

Esos momentos de paz veraniega,
en los que sol asaba los tejados
y el césped bajos los ciruelos.

Esas horas en las que nada osaba moverse,
hacer el más mínimo ruido,
tras una comida fresca en la sombra de las terrazas.

Ese espacio de tiempo quedo y sagrado
en el que los chavales observábamos
desde la ventana, encubiertos,
cuando volvería a ponerse el mundo en marcha.

Nos buscábamos, unos a otros, silbando
en claves que se confundieran con el canto
sencillo de un pájaro errante.

Trepábamos a las buhardillas para hacernos oír
y como topos, esperábamos que las cabezas asomaran,
que alguien se atreviera a romper,
de una vez,
las cadenas santificadas de la siesta.

Esos momentos de calma chicha y durmiente,
cuando el mundo del verano se detenía,
suficiente y merecido,
esperábamos niños que todo volviera a despertar,
que el verano corría hasta en las horas de siesta,
que queríamos vernos, hacer, nadar, correr,
descubrir, montar, jugar, reír,
hasta cuando el sol caía a plomo,
rasgando con su filo acerado
el gris espejado de las cumbres peladas.

Ese tiempo, legendario, vibra en mi memoria
como el mismo nervio, la misma necesidad
que entonces me reclamaba la salida,
me pedía desesperada que no perdiera un momento,
que otro verano terminaba.

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