Y fuimos muy amigos, ¿no, Marta? Amigos sin pensar en nada más, aunque siempre llevarás la voz cantante, la voz de mando, mejor dicho. Y es que mandabas siempre, y yo me dejaba, y no era así con todo el mundo, era mi respeto presentado a tus ojos de abisal acuosidad. Me tenías obnubilado de niño por tu potencia, por tus ganas de hacer todo, por tus ideas de bombero que siempre superaban a las mías, por más que me esforzara en igualarte. Eso eran veranos, dos o tres meses enteros, corriendo, saltando, escapándonos a los campos, subiendo a la montaña, con la bici de aquí para allá por caminos y carreteras que pondrían los pelos de punta a los padres de hoy en día. Descubrí el mundo contigo. Descubrí que la noche no era tan terrorífica si paseaba contigo de vuelta a casa, que sólo cuando te dejaba, las sombras se volvían salvajes y sacaban los colmillos. Ese era uno de los pocos momentos en que tu liderazgo se devaluaba, te gustaba la noche, pero la noche quieta, no la noche en movimiento, la noche caminante te daba miedo, no lo decías pero te callabas, más de la cuenta. Y yo me crecía en tus silencios, me hacía el duro, aunque tú velaras mi miedo en el camino de ida, la vuelta solo a mi casa a través del camino que unía tu pueblo y el mío me aterraba. Pero eso nunca me detuvo, me pasé muchos años presumiendo de mi valor, de mi inexistente miedo a la noche. Me preguntabas tímidamente y te contestaba que no, y tú te asombrabas un poco, y eso nos acercaba. Pero la realidad era otra, tardé en confesarte que según giraba el muro de piedra que rodeaba tu casa, corría como alma en pena, evitando las matas de formas horrorosas y sus garras tenebrosas. No paraba hasta casa, unos trece minutos sin descanso, a toda velocidad, intentando mejorar los tiempos cada vez. Porque sí, Marta, hasta de mayor, hasta pasados incluso los veinticinco años, me he vuelto corriendo algún día, con mucho peores tiempos, estoy seguro, aunque no los cronometrara.
Con Tongoy
Oscuro y difuso, de personalidad desdoblada; escritos de lo raro y de lo íntimo, de lo tremendo y de lo posible; poesía, cuentos, imágenes, todo cabe.