Si pudieras entenderme, hoy, ahora,
en esta tarde de grises mutágenos,
si entendieras ya y yo supiera hablarte.
Si supiera que ibas a entender algo
te diría todo, o lo intentaría,
una parte al menos, la más sensata,
aunque son tantas y tantos revueltos
que quizá optara por no decir nada.
Pero si pudiera, te lo diría.
Te hablaría.
Te hablaría de las risas, de todas,
te diría que nunca las dejaras.
Te diría que miraras así,
siempre, igual, como mirabas ahora.
Que no dejases de explorar, tranquilo,
como exploras, así, sobre la panza.
Que no dejases de tocarlo todo,
de arañarlo todo, buscarlo todo,
loco sonriente, inconsciente, aguerrido.
Te diría.
Te diría también que tengo miedo,
de muchas cosas; hoy, de casi todo,
pero sobre todo de este futuro
que ahora se alza sobre ti, expedito,
inmisericorde y flexible, largo,
indomable en sus costuras y estrellas.
Que nunca te acaben por convencer,
que te rías a carcajadas, siempre,
hasta cuando no le encuentres sentido.
Que sigas queriendo igual, sin medida,
a quien te mire como tú le miras;
que sigas siendo tú, punto, y camines
sin escuchar lo que el mundo rezume.
Te diría.
Te diría que no me hicieras caso,
a veces, que fueras libre e hicieras
de tu vida, sobre todo, recuerdos,
experiencias y recuerdos: personas;
personas: experiencias y recuerdos,
tiempo y viento, caminos y montañas,
mar, olas, arena y lenguas de espuma,
pero sobre todo, siempre: recuerdos;
sin los recuerdos no seremos nada.
Que lo leas. Todo. Léelo todo,
lo malo, lo bueno y lo menos bueno,
que acabes leyéndote hasta los prólogos;
que leas del revés y en lenguas raras,
que los libros sean la mejor forma
de decorar tu vida y sus remansos.
Si pudiera decirte.
Si pudiera decirte lo que quiero
y tú me entendieras, un poco al menos,
y quisieras escucharme, eso espero,
te diría que todo en esta vida
va de personas, de muchas personas,
casi todas buenas, algunas malas,
empezando por ti, ningún momento,
ni lugares, ni patrias, ni experiencias,
nada hay que no esté urdido en las personas.
Que las cuides, empezando por ti,
familia y amigos, de cerca y lejos,
conocidos o no, que las cultives,
que vivas en un mundo de personas.
Y si se te acaba, ve a otros mundos,
quizá tu sí que puedas visitarlos.
Si un día.
Si un día me diera al fin por decirte,
te diría que aprendieses, sin fines,
aprender por aprender, sin destinos,
sin beneficios ciertos o estimados;
que aprendieras de todas las personas,
y que nunca te empeñes en ser rico.
Que no te dejaras perder el tiempo,
pero que aprendieras bien a perderlo,
siempre que tengas ocasión de hacerlo.
Que no le dieras importancia más
que a lo importante, que son cuatro cosas,
cosas sencillas, fáciles, que irán
por dentro, que germinarán contigo.
Bueno.
Que fueras bueno. Que seas tan bueno.
Por encima de todo: siempre bueno;
bueno contigo y con quien te rodea,
con las plantas, los mares y la tierra,
los animales, y hasta las arañas.
Que seas bueno, y lo seas por serlo,
por convicción y por defecto, bueno,
pero nunca dejarte avasallar.
Que seas sensible y mires despacio,
con cabeza y corazón, con las manos,
con los ojos, las uñas y los labios.
Que quieras y te quieran, que rebusques
encuentres y cultives el amor,
encuentres lo que sea que te encuentre.
Si me atreviera.
Si me atreviera algún día a decirte
en palabras todo lo que hoy remiendo,
te diré:
te diré riendo que seas feliz,
y que es mucho mejor no serlo solo;
que no te apartes del mundo, recuerda
que somos personas, ni más ni menos;
sé feliz, y selo como tú quieras.
Si pudieras.
Si pudieras saber, entenderme, hoy,
te diré que no dejes de reír
como lo haces, sin tener que pensarlo.