Si te escribiera esto, así, suma libre,
que pudieran leer hasta las plantas,
que no tuviera que, breve, encerrarlo
en figuras desarmadas de fuego,
jeroglíficos en renca poesis
progresiva, desigual, constreñida
a la pared de secreto y rutina…
Si te escribiera, así, loco y abierto,
te diría que no cerrases nunca
las lágrimas de las viejas sonrisas,
que no olvidase tu cuerpo caricias
ni el tiempo, ni las noches su verano…
Si te escribiera como debo, arriba,
desde la sombra que en todo se ve,
si nadie se confundiera y supiera
escuchar, ver lo grande y lo crecido,
lo que hay de bello en conocerse agudos,
profundos de lo corporal y el ruido.
Si te escribiera, más, no entendería
más, más no haría: no recordaría,
sería hacerte del todo justicia,
desenredarnos del rojo poder
de los amantes de la disciplina,
de los esclavos del criterio estricto.
Si te escribiera, bien, te pediría
que conmigo te sentaras, en la hierba,
que miraras de frente el árbol grana,
que hablaras, que rieras, que te movieras,
que conmigo, más allá del fatal
abrazo del mundo: prisión de ropa,
que nos dejásemos correr, sin fin,
y en el suave mecerse de esa tarde,
misteriosa y malva en sombras del rojo,
desaparecer como arena, vientos,
juntos, dos noches, desaparecer;
o tres, o todas las que encajan entre
la mañana, el marfil y el azul hueso.
Imagen por: agilephotography