Redefiniciones: Redes Sociales

por M.Bardulia
Poesía en Bardulias: Redefiniciones: Redes Sociales

Linkedin: donde enseño lo que no soy, pero he hecho, alargando en los sinónimos y la filigrana gerencial los méritos burocráticos de mi vida. Comparto comedido, recomiendo responsable y hablo como un buen profesional iletrado e inculto, supurando superlativos que caerán por deseo de mi poética engreída y despótica, siempre delante del nombre. Utilizo la palabra liderazgo, mucho; me enciendo e inflamo al sur de mis pasiones cuando escribo o leo en el terreno de la resiliencia, más; emprendo lo que puedo, porque ser emprendedor me hace cónsul y triunviro, juez de los destinos, musa de los ingenios, deidad antigua del cielo y del infierno, cosmos erguido; me congratulo y felicito a otros de logros que no entiendo, no comparto, no creo ni suscribo. Grito entre líneas porque sé que soy yo y en el marasmo del oficinista me alieno y sufro.

Instagram: donde sueño que soy lo que en mis fotos dibujo, pero lloro por dentro, y anuncio sin palabras, sin espacios, sin ortografía alguna, que después de un almohadilla solo nos quedará el mundo. Alabo sin medida los cuerpos perfectos de la tristeza y la desigualdad, rumiando como bóvido la hierba seca de mi ser pesado, imperfecto, rechoncho, bajo, peludo, arrugada, normal. Creo andarme en la belleza, pero la belleza, de hecho, salió corriendo de ese lugar superpuesto y difundo hace milenios, dispuesta a encontrar los rincones oscuros, trabajados, detrás de los que se la encontró un día. Vivo de otros. Quiero ser otros. No me soporto. El infierno son los otros, pero empezando por mí.

Twitter: o decir lo que yo quiera, como quiera y a quién quiera, porque es mi derecho vomitar lodos bajo los que enterrar a los muertos. Me quejo y grito cuando algo no encuentra lugar en mi mente rala de microbloguero falto y enrabietado. Lloro como Nerón, cuando toca, aunque a veces crítico a los que lloran, como Calígula, porque yo decido y yo importo, y nadie puede decirme lo que dejo o no dejo de esputar. Soy masa y tumulto, hiena y buitre, y soldado fiel contra lo que yo no diga, yo no piense, yo no crea. No pienso, actúo. Soy escritor porque hago chistes de veinte palabras. Soy doctor porque expongo mis doctrinas paganas. Soy Dios, por que nadie conoce la verdad como yo. Me ofendo, por encima de todo, porque es mi derecho ofenderme y estallar en ira de cielos, espada flamígera en mano, moral de papel cambiante y un nuevo lenguaje que solo entienden los que son como yo: los muertos.

Facebook: donde empezó todo y hoy se acaba. Desierto de ancianos, como nosotros, en la arena de la publicidad y el beneficio. La culpa y el terror, y el error, y la bola de nieve circulante y obesa que se lo traga todo, como un vórtice de ignorancia y rabia, de ofensas malnacidas, de creyentes fieles espiralados y aturdidos, entregados a las nuevas normas escritas en palabras sin vida, en imágenes sin autor ni sombras. Desinformación y acogotamiento cognitivo. Principio y fin; fin de todo lo bello, de la verdad, de la cultura, de la ciencia y los momentos que antes se encendían bajo la única luz de los ojos expectantes y la memoria lisa, esperando a rugir.

Tinder: porque la voz está muerta y la piel solo se usa, nunca se aprecia ni se contempla, como a través de una piedra azul, esperando que algo brote de ella, sagrado, suave, en el mismo tono por el que vibran los labios. Y en la cumbre de la vulgaridad y el tedio supinos, se abrió el pozo de los deseos carnales. Todo gratis, todo gratis, nada de valor, todo gratis. Follar por follar, y volver a follar. La pereza de follar conociéndose. La pereza de hablar para follar, de escuchar para follar, de conocerse para follar, de saber a algo, a sudor, a piel, a ganas, a un quizá mañana, a un podremos mirarnos empapados, despiertos y reírnos; saber a algo que no sea la falta de contenido y sensibilidad. Sublimación de la inmediatez y las apariencias en el cambio generacional que enseña al ser humano las buenas maneras a la hora de usarse y volverse, en su medida y en su forma, cada uno, un buen receptáculo del insatisfecho vacío ajeno. Porque lo que antes costaba, hoy es una cuestión de cuándo y dónde, no de quién, cómo o porque vi algo y te miré durante horas hasta que me decidí a hablar y entonces todo salió como solo en las mejores historias resulta y acaba, y nos volvimos y supimos, y quizá por un día fuimos.

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