Escuchar las estrellas,
orillando el vacío inmarcesible,
más, mucho más,
salir de la atosigante dictadura de la luz
y volver a mirar las estrellas
bajo el goteo del tiempo encapsulado:
trece mil ochocientos millones de años,
radiaciones y susurros,
vientos de la oscuridad sarmentosa,
insensibles, eones latentes,
lo oscuro y lo ordinario;
y tú preocupado por un mañana incierto,
tú y tu importancia capital para nada.
Radicarse en las estrellas
y el sabor dulce, seco, en la humildad
de no significar nada;
tranquilidad,
olas que no van a ninguna parte,
rayos gamma,
polvo,
gravitones esquivos,
ni tú, ni yo,
ni toda la puta historia.
Mirar las estrellas
en la secular instrucción de la inocencia.