Londres huele a ti,
como el pan tostado y mis manos,
como la sal y el tiempo sin rumbo.
Londres huele a ti
como si su olor hubiera desparecido
y no existieran más que tus encuentros
con el día y la noche.
Hasta el río sucio y oscuro
brilla como de espejo
cuando me acerco a tus dominios,
repletos de los efluvios antiguos,
de mis pasos acompasando tus miradas.
Londres huele a ti,
lo mismo que yo y que todo,
hasta lo que no es Londres,
hasta el éter que agobia las nubes
y las hace vibrar, locas, molestas;
todo,
hasta tú misma,
y mis manos,
por muy lejos que esté,
aunque por recordarte
no haga más que lavarme,
furioso,
todas las distancias.