Invoco al sagrado verano,
a los trofeos pelados de las cumbres
y al suave pasar de las olas,
unas detrás de otras,
unas detrás de otras.
Invoco al sur y al norte,
al céfiro, a la galerna,
al levante y al poniente,
al fresco nocturno y al relente;
a tu noche de cuerpo de nácar.
Invoco a la mañana,
que se presente limpia,
sin angustias ni obligaciones,
que traiga la marca del sol
y el crujir del pan viejo siempre con ella.
Invoco al vecino y a su bicicleta,
a la piscina y al mar,
a las sonrisas de todos
en el arpegio amable de las tardes,
marea de hierba húmeda mediante.
Invoco al santo verano, y en cada año,
que brille, que cante, que relumbre,
que dure el infinito de los buenos tiempos;
que, al menos, cercano, amigo,
vuélvanos a colmar de excusas para el recuerdo.
entrada anterior