Fantasmas en la bañera,
de pelo lacio y rubio
que te tientan
y te denigran,
que te ofrecen la noche liofilizada
y una madrugada de cielos de cerveza.
Fantasmas que te sonríen,
y hacen ruido con los hielos,
un poquito, un poquito, un poquito,
más, que no nos acabamos
todo al tiempo
y un poco más,
que no acabe nadie después,
que se no escape nadie antes
de que él lo diga y ya no esté.
Dicen que aparecen de madrugada
acuclillados y con sombrero,
que miran de frente
y se inventan las palabras,
para que nadie les entienda,
para que no andemos solos.
Santas degluciones
de todo lo risible,
compañía ineludible
de sus estados estentóreos, orondas
realidades, qué hacer
sin el brillo de su luz ectoplásmica,
sin el sonido chirriante
de sus rodillas herrumbrosas,
sin su voz rota,
sin ese presionar, ofrecer,
colgar de la noche
todas las opciones;
menos las fáciles,
solo las buenas.
Fantasmas necesarios
que aún se aparecen
cuando bajas
al sótano a buscar
un poco de entonces,
algo de la nocturnidad
y de los muchos sagrados
mañaneos travestidos;
un poco, un poquito, un poquito más.