Prefiero que empecemos con las mayúsculas,
que las minúsculas cuando caen solas se me atragantan.
Si me das pausas, mejor que mejor,
y si quieres marcarme la cara con las comas,
adelante,
me encanta cuando en cada explicación
te paras a dibujar con tiento el punto con su coma.
Respira, no es problema si me encuentro
un punto transitando entre las letras de la sopa,
hasta la prefiero gustosa, como un vampiro,
marcada en su buena sangría,
aunque sin que de los adverbios se abuse; saben raro.
No me llames a acentos, llámame a las tildes,
y aunque ya no te obliguen,
hazlo por mí,
y ensoberbete en las diacríticas.
La ortografía te da un sabor fresco,
y a mí me chifla que destiles
tu personalidad entre las letras,
diciendo con el tono,
dibujando dos signos antes de cada pregunta,
de cada exclamación,
que no te comas tu diferencia
por una cuestión de pereza informatizada;
¡deja que se manchen tus manos
de lo invertido y de lo derecho!
Habla Inglés, y Francés,
y Maorí si quieres,
pero no me mezcles lo dulce y lo salado,
casi prefiero que me entretengas
con tus más sufridos circunloquios,
a que me rasures las palabras
con la tintura de lo extranjero
y el taimado virus de la acronimia.
No dejes nunca solo al predicado,
ni al sujeto perdido entre los nombres,
y rescatad al imperativo,
urgente,
de ese forzoso e injusto olvido
al que, rácanos, le sometemos.
Cuando me saludes, hazlo con cariño y con dos puntos,
y en las amargas despedidas,
en las cortas y en las prematuras,
justo antes de que nos abunden las lágrimas,
mándame una coma,
una suelta,
que brille sola antes de adiós;
no me dejes huérfanos los renglones,
por postreros que estos te parezcan.
Y si rimas, aunque sea de casualidad,
que no se te caiga todo en las agudas;
lo muy forzado duele
y lo obvio huele y sabe a rancio.
Imagen: Zero Books