Antes de llegar a casa, Lisa se miró en un escaparate cercano, comprobó que todo estuviera en su sitio y que nada pudiera levantar la mínima sospecha; la caminata le había dado el toque de rutina y normalidad extra que pedía su coartada. Hace unas cuantas semanas, sólo el pensar en algo así la hubiera revuelto las tripas, pero ahora hasta encontraba cierta gracia, cierto morbo o riesgo placentero en todo aquello. Lo más curioso es que llegaba a casa con muchas más ganas de todo: de estar con su marido, de ver a sus hijas, de darlas de cenar y bañarlas… Hasta se sorprendía pensando de nuevo en el sexo, con Fabio, como una nueva oportunidad de disfrutar, distinta, exuberante en la confianza de años, de las nuevas viejas formas y sabores. Estaba cambiada, lo que le asustaba era no saber hasta dónde, qué profundidad alcanzaba ese cambio y qué resortes podría llegar a desatar en ella. Poco le importaba, o no, o sí, le importaba mucho, aunque sólo a veces. Estaba mareada de tanto zozobrar, pero también convencida de su satisfacción, una purga que había buscado, sin quererlo, desde hacía demasiado tiempo. Lo peor era no poder hablarlo, no poder decirle nada a Fabio. No lo entendería, aun siendo como él era, una persona tolerante, abierta en extremo, bueno sin condiciones, no lo entendería. Le haría daño, demasiado daño, era lo último que quería. ¿A quién le importaba que le engañara de vez en cuando? ¿A ella? Cada vez menos, al contrario, empezaba a creerse la versión de Lola; hacía mucho que no estaba tan cargada de energía, y en casa las cosas estaban como nunca. Se sentía más viva, no tenía más remedio que rendirse a la evidencia, más viva de lo que se había sentido nunca. Querida por su familia, amada por dos hombres, viendo crecer a sus hijas… Le faltaba muy poco, salvo, quizá, la calma que siempre le había dado su impoluta sinceridad. Era lo que más le turbaba, pero había perdido mucha intensidad; más que culpa, ahora era una cuestión de confianza y responsabilidad para con su marido, no se avergonzaba de su condición de infiel, se avergonzaba de no poder hablarlo, de tener que mentir sin más.
Con Tongoy
Oscuro y difuso, de personalidad desdoblada; escritos de lo raro y de lo íntimo, de lo tremendo y de lo posible; poesía, cuentos, imágenes, todo cabe.
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