Cartas para Lima XIV: la vida es imparable

por M.Bardulia
Cartas para Lima XIV: La vida es imparable

Querida Lima:

Escribo estas líneas a duras penas, conteniendo el sudor que se empeña en caer sobre el papel, sufrido de este calor extraño e insoportable. Calor que no ha hecho si no recordarme aún más a ti. ¿Qué calores no habrás pasado, al borde de aquellas arenas infinitas? Para ti esto sería como estar en casa ahora. ¿Cómo será tu casa? ¿Es esa tu casa? Supongo que sí. Eres vida, y sabes vivirla como nadie, estoy seguro de que habrás hecho de aquellas tierras tu casa. Harías tu casa en el hielo, tanto y tan bien como, estoy seguro, la habrás hecho en tu desierto.

¿Qué ropa llevarás? Te imagino exótica, en una mezcla elegante de vestidos beduinos y tuyos, de haber hecho tuya la moda del lugar, adaptándola a la forma en que tú siempre has vestido: libre. ¿Seguirán siendo los rojos y azules tus favoritos para adornar lo que no ha de ser todo blanco, todo negro, en la monocromía que detestas? Tantas preguntas. Y es que estas tan lejos. Lejos como siempre, pero lejos. Bajo este calor, al menos, puede intentar sentirte algo más cerca. Imaginar que no tardarás en llegar, porque andamos bajo la misma hégira, que estamos todos al borde de ese desierto y que las distancias no son más que minutos, unas meres horas que salvar antes de encontrarnos.

Juntos. Sé que es mucho pedir, y que no se lo pido a nadie, solo a estas letras, a mis palabras, que a veces sufren, porque las engaño y retuerzo, las obligo a cumplir con un propósito inventado. Ellas lo saben, y se dejan, pero no son pocas las ocasiones que intentan zafarse y escapar de este ensueño de comunicación que muere según se escribe. No hay más comunicado que yo mismo, no tienen más propósito que ellas mismas, que el hecho de existir y entrelazarse, ¿y no es ese el fin de todas las palabras? ¿No deberías bastarles ya con eso? Sé que no. Pareciera que no son más que una forma en la que nos expresamos, en la que transmitimos y comunicamos, en que, quizá, nos conectamos, pero son algo más. Las palabras están más vivas de lo que pensamos y cada vez estoy más convencido de que viajan por caminos ocultos de los que poco o nada sabemos, y en los que el tiempo o el espacio no existen, o se han intercambiado, o bailan al son que en ellas se recrea y dibuja. En cualquier caso, sé que en estas líneas, incompletas, porque nunca llegarán a nada, ellas sufren. Quizá lo hacen conmigo, o por mí, no lo sé, no lo creo, pero las oigo a veces sisear y pedir entre dientes que las deja escapar, libres de nuevo, para no verse envueltas, una vez más, en el laberinto de una emisión tan corta, tan vacía.

Al menos, esta perspectiva me permite sumergirme y profundizar en mis pensamientos. No es poco sobreponerme a los sentimientos, porque están y siguen, me azuzan y pinchan, me reconfortan, a veces, me gritan cuando no atiendo o no quiero atender, y acaban por susurrarme cuando sienten que han cruzado la línea de lo sensible. Es mejor sentir, aunque sea para el dolor. El dolor es también vida. Una vida sin dolor es una cobardía, y una puerta a la sombra de la vacuidad en la que algunos, cobardes, se reconfortan. Prefiero haber aprendido a sufrir y vivir en la dicha de una melancolía feliz. Hay vida en la emoción, y existe un grado más elevado de consciencia cuando esta se mezcla con el tiempo, el espacio y una racionalidad tamizada por esa experiencia, dolorosa o no, dichosa o no, ambas, cuando ha de ser así. Como al recordarte, vivo en la dualidad punzante pero jugosa de sentirme vivir.

No negaré que hay tristeza, pero, de nuevo, ¿qué sería la vida sin la tristeza? Un mar sin olas. Un mundo sin viento, sin lluvia, sin el tronar inmenso de la tormenta. ¿Y es la tristeza un producto inmanente, único? Pocas veces lo es. No hay tristeza sin alegría, antes o después, como germen o producto. Y aunque a veces cueste evocar la noción real de la dicha tras la peor de las sombras, siempre habrá qué nos lleve de nuevo a la senda de la humanidad, de la vida, del seguir viviendo, a pesar y con los pesares, porque siempre habrá de haber alegrías. Siempre habrá risas. Y una caricia, el contacto de otra piel; el sonido de un aliento ajeno; el tacto de otra boca, de otros ojos, de unas palabras que terminen por sacarnos del sopor de la muerte. Y, aun así, siempre nos quedará la muerte. La muerte, punto y final, donde convergen todas nuestras pasiones. La vida no acaba nunca, es imparable, y la memoria, las letras, las voces, todos los recuerdos, tus ojos, tus manos pequeñas de dactilar eficiencia, la bruma inabarcable de tu pelo, cada crujido, cada suspiro quedará registrado, quedará vagando por siempre en el flotar de una existencia que nunca muere, solo añade al tejido flexible de este nuestro universo consciente.

Hablo conmigo, lo sé, pero todo es inspirado por ti, me sale de ti, y por ti, me dedico a recordarte en estas construcciones de mis entrañas todavía ardientes. Nunca dejarás de inflamar mi alma, como siempre inflamaste mi piel y mi corazón, y si hubiera de verte, hasta mis ojos brillarán con el fulgor enrojecido de la pasión latente. Siempre te querré. Siempre te quiero, Lima.

De tu Eric, que siempre te seguirá queriendo.

Eric.

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