Me hundo al sol antiguo de los gigantes
entre sus huellas de barro profundo,
en la sombra ciclópea que anubla
mis voces, tintas de mis dedos rotas.
Sumiso inclino la necesidad
de la palabra y el aliento ledo
que sueños enervaba en el creciente
del fluir intranquilo, rojo del hambre.
Al sonar del tintineo cobrizo
voy con los demás pajizos en fila,
dispuesto a tragarme luengas verdades,
a pesar, torcido, de mis pies vueltos.
Atávico latir vapuleado
extinto pasear de ojos cerrados,
devuelve tus anhelos a los mares,
los perdiste, olvidaste rencorosos.
Ya ni maldigo fortunas tullidas,
no quedaban excusas al martirio,
sólo la fe construida en espejismos,
honrar los santos de la muerte en vida.