«Sarita acabó pasando por allí. Vino uno de los últimos fines de semana del invierno, aunque el sol se empeñara en hacernos creer lo contrario. Todo fue bien, tuvo un punto raro, era una situación mucho más formal que cualquiera en la que nos habíamos visto, significaba aceptar que aquello, que lo que había entre ella y yo tenía algo más que los condicionamientos más básicos. Dormimos, comimos y nos lavamos juntos, casi tres días enteros. Me sentí cómodo, me sentí feliz a su lado. No tuve esa explosión de colores que había esperado tener al verla, después de varios meses, pero me alegré que que estuviera allí. Me alegré al acostarme sudando y desnudo a su lado, me alegré al despertarme con su aliento en la cara. Estaba bien. «
Es en las pequeñas historias donde encontramos la verdad de las cosas. Y es en el diario, en la rutina de la vida y la calle donde nacen estas historias. El Temblor del Ocaso es una de esas historias, una casi ficción de hoy que sucumbe a las crisis externas e internas que todos enfrentamos. Sin alardes, entre el realismo poético y la suciedad del lenguaje cotidiano, una fantasía sencilla.
El Temblor del Ocaso by Miguel Castilla
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