Nada, nunca,
para nadie, nunca,
ha contado más que vivir.
Y a vivir solo puede enseñarte
quién ha vivir se ha atrevido,
porque a vivir se aprende viviendo;
y viviendo nos enseña José.
Y perdona,
si no estábamos,
cuando tú, en silencio o no,
siempre has estado;
y perdona,
si hoy, ese día, o ese,
o aquel, no te seguimos,
cuando tú siempre has marcado el camino,
cuando tu coraza indestructible,
aunque dúctil,
marcaba las rutas
de la sagrada indecisión:
¿y si?
A seguir te seguimos;
perdona si alguna vez
no fuimos tan valientes como tú,
es solo que no podemos,
es solo que, a veces,
que soplas,
que resoplas tan fuerte,
que lanzas la jabalina tan lejos,
que pareciera que no quisieras
que nadie quisiera alcanzarte,
y es que es difícil,
porque eres Dionisos reencarnado,
porque eres vino,
porque eres noctívago inmortal,
rey del primer sol,
porque eres familia, ,
oráculo de la vida y el presente,
filósofo de cada minuto futuro;
eres,
por encima de todo,
un silencio
en la parte más difícil
de nuestro corazón,
una voz velada que no escuchamos,
pero que dice,
que nunca calla,
que siempre estuvo,
que vuelve a repetir,
como eléctrica:
¿y si?
Y, sí, y así, tú,
siempre por delante,
siempre valiente,
en el caos brillante
y desarmado de la vida,
dónde tú has hecho sentido,
vida y tiempo que compartir,
cuándo tú has hecho vidas,
cómo tú has dado física y metafísica,
dónde tú has logrado hacer sin enterrarte,
labrar sin tener que ahogarte,
gritar, a vivo pelado,
sin que nadie tenga que aprender a callarse.
A ti no te darán premios,
porque ya te lo dice la vida:
“a mí hay que vivirme hasta el fondo,
lo demás es vivir a medias;
vivir a medias es solo enterrarse,
empeñar en morirse”.
Triunfar no es ganar,
triunfar es vivir,
como tú lo haces.
Tuya es la vida, José,
tuya la senda,
tuyos somos en el camino de la vida,
de la noche esmerilada de sauces,
a las voces que de
tu duda ancestral planean,
ahora y en la hora del mañaneo,
y cuando sí, y cuando no.
Amén.