Ve a través de ella
como si nadie más la viera,
y es en ese espacio
vacío que limita la piel
que no acaba por cerrarse,
donde él la mira.
Ve a través del plomo
y en protónicas decadencias
de infinitos finales
sigue mirándola
como si el tiempo
no fuera a ceder
a la rotación sumisa
de la oscura barahúnda.
Solo, un canto, graznido
suave, extraña sucesión
de símbolos arcanos bajo
las luces paganas,
envueltas en cuero
y una sombra azul
que despiden los
párpados esféricos
como pulidos por arenas
ardientes de estelas cencelladas.
Ve a través de ella,
porque lo que recubre
el esqueleto invisible
no es más que su imaginación
inflamada por la sentencia
falaz de unos sentidos
en los que desconfiar,
a los que despistar,
a los que aprender
a confinar en los espacios
no euclideanos del aroma.
Ve a través de ella,
y ella le mira,
y el pelo se mezcla,
la raíz se moja,
estallan como los címbalos
en espasmos dimensionales;
y todo se encuentra,
hasta las partidas efusiones,
porque regresan,
que giran, que vuelven,
que miran, que gimen,
remueven la consonancia
atroz de las distancias.
Ella le mira y lo ve todo,
por encima del encuentro,
al encontrar que se encuentran,
y al llegar, que se miran,
que se quedan a buscarse.