Todo eran bares

por M.Bardulia
Poesía en Bardulias: Todo eran Bares

Cuentan las leyendas,
esas que circulan como susurros
entre los más ebrios de los más ancianos,
porque si no no serían leyendas,
solo serían murmullos, rumores
en las lindes de la emoción y el interés;
dicen, pues, estas leyendas atávicas,
enmadejadas y posiblemente exageradas,
que hubo un tiempo en que uno no podía dar
ni un paso sin encontrar un bar abierto;
Unos podían cruzar de norte a sur,
de sol a mar,
y de allí a la última de las montañas vivas,
saltando de bar en bar,
sin tocar el metro.

Dicen las leyendas,
esas que podrían muy bien hacerse libro revelado
para que los siguientes venerarán
lo que un día perdemos,
dicen que existió un día,
un tiempo,
un espacio ingente,
una forma de vida,
una sociedad,
una cultura,una noche
en la que lo que importaba era disfrutar,
fuera como fuese,
a la hora que hubiera,
hasta la mañana que diera,
día de la semana, mes, frío, nieve, viento o sol fundente.

Dicen que hubo un tiempo en que
uno empezaba a salir un domingo,
y podía perderse hasta encontrarse
de golpe, surgida, la semana,
ya comido, deshecho y febril,
más bien bruno y compungido,
constreñido y desligado,
uno llegaba listo, sonriente,
ebrio feliz, completo y llano,
con todo hecho y un montón de nada por hacer.

Cuentan que se podía beber y comer,
comer y beber,
hablar, fumar, gritar,
cantar, mear, vomitar,
y todo lo demás en el intermedio de todo lo bebido,
y todo se podía hacer en los bares,
en los cientos de bares,
en el ruido de los bares,
en el olor de los bares,
en la pasión de los bares,
en la cultura de bares,
beodos campos catárticos de la palabra y el olvido,
en la sana y santísima afición de reunirse a beber,
y a comer,
y a departir porque sí e inventarse,
a reír,
que es lo que contaba,
a reír
hasta desmigarse en noches largas llenas de bares,
hasta comerse la mañana a bocados,
desubicar la tarde,
transponerla a un espacio furibundo y complicado,
con la sola intención de recuperarse en la noche.

Cuentan las leyendas que todo eran bares,
de todos los colores y formas,
de todas las ideas y músicas,
y que había uno para todos,
y alguno para cada uno,
que no tenía fin,
porque no había por qué salir a buscarlo.
Cuentan, dicen, recuerdan,
que la vida era más fácil
y que no había tan ñoñez
ni tanta hipocresía,
menos remilgos,
menos finas pieles de seda ofendida,
y la fiesta seguía siendo,
como había sido siempre,
como debiera ser siempre,
necesaria y sagrada,
santa, nocturna y tan larga
como al corazón
le placiera vivirla.

Eso le digo a la memoria,
que quizá nunca ocurriera,
que a lo mejor invento,
que pude muy bien haberlo creado
yo todo alrededor de una sola noche perfecta.
Y yo que sé, si solo soy yo,
qué sabré yo, que solo estoy yo…
Ah, pero sé,
sé que no seríamos nada sin bares,
sin la noche,
las mañanas,
las tardes que se hacen noches,
las noches que regurgitan mañanas,
las mañanas que se mañanean;
no seríamos nada sin disfrutar
cómo se disfrutaba en las leyendas,
esas que dicen que de aquí al amanecer,
todo, cada paso, cada amor,
todo,
noventa noches noventa,
todo eran bares.

Sigue leyendo

Deja un comentario