Te diría que al olvido le importas una mierda,
que sufras y corras, que desangres la piel
lo que puedas,
que te hagas de todas las pieles que te sudan,
antes de que,
y huelas,
y beses,
y desbordes todas las montañas,
que saltes la carretera y te montes encima
del monstruo de acero, por fin, ocre;
que se enteren todas las infancias
de que seguirás aquí,
pasando igual,
trepando igual
con tu sed de agua perpetua…
Te diría que no despertaras,
nunca temprano,
que siguieras buscando la nieve
en los túneles feos
bajo las negras arterias de asfalto,
¡qué te vuelvas a enterrar!
¡Qué no salgas nunca!
No vuelvas a salir,
no tienes por qué,
no igual,
no como salieras;
sal, pero sal de piedra;
sal, pero sal del color que tú quieras;
sal, pero no acates la brújula,
ni palabras ni compases reducidos,
ni alientos tristes de las rodelas escariadas;
no vuelvas,
o si vuelves, sáltate el tiempo
de las manos que te dicen y obligan…
Si te viera, te diría que negases
hasta la última de las misas,
y a los dioses: tierra, cielo, lluvia,
estrellas viejas como polvos,
impredecible rectitud de las nociones
extraviadas que no sabemos,
que no queremos conocer;
si me ves, dime que no me conoces,
yo te diré que corras,
que te largues, pequeño,
que te agrandes fuera,
que no hagas lo que yo,
que no te alcance la orza aceitosa.
Si te viera, corre,
vuela si quieres,
sufre, que hay que sufrir,
no dejes de sufrir
que solo amarás entonces,
como solo ama la sangre;
si me ves, corre,
que no te quedará más
que la suerte de huir,
corriendo,
todo lo lejos que puedas,
que al olvido le importas una mierda,
que a la memoria solo le valen
los dientes que te hicieron marca,
las manos que te pasaron como heridas
crujiendo abiertas sobre
la piel de tus muescas de hielo.