Eh, tú, el de la bicicleta,
¿dónde vas que parece que ya lo atisbaras?
Dime: ¿dónde?
Raudo, cuidado: recuerda…
Si no voy a ninguna parte,
si a mí no me hace falta ir,
si yendo, voy siempre, cómo quiero,
si ahora mismo vengo de ir:
¿recordar el qué?
¿Y las del mercadillo qué hacéis?
Que venís cargadas, tan pronto,
que lleváis estrangulando las manos.
El pan recién hecho,
pimientos, calabacines y cebollas,
y pepinillos y aceitunas,
y un melón,
y galletas de barquilllo, de nata y chocolate.
Serán los de la piscina,
que andan Mojados,
los que gritan
de puntillas sobre el bordillo,
tirándose para volver a salir,
saliendo para volver a salir,
mojándose para desespero del sol.
¿Qué hablas, tú, seco?
Desde dónde…
Vuélvete a la piscina,
míranos en esplendor de humedad y juventud,
vuelve a mojarte, vuelve,
vuelve a mirarte con los ojos aún por hacer,
desconocidos.
No, que ya bajan de la noche
los del camino de arena,
Arrastrando la lengua y los ojos,
que quiero verles,
manos desencajadas de historias,
el corazón transparente,
abierto otra vez para volver a llenarse.
Eh, tú, qué miras desde ahí,
impávido, sieso, qué…
Qué, que no bailas,
que no te disfrazas de mañanas,
que no bebes ni adornas de hielo la montaña,
¿es que ya no sabes abrir tus fuentes?
Pero ¿qué dirá la montaña?
qué dirá cuando me vea trastornarme
bajo su cielo de madera y pizarra,
qué le dirá su granito titilante,
si ando a su vera deslodado en pasiones…
Nada, no dirá nada.
reirá contigo, con nosotros,
mucho,
y guardara con celo los pasos
y el tono de nuestras caras, alumbradas.
Eso, no diré nada,
¿qué puedo decir,
Si bailáis de noche y de día,
desnudos, vestidos,
locos como chicharras
alborotándome el río…
Qué voy a decir,
si no puedo más que reírme
hasta teñirme de ocre y de rojo plata.
¿Y los de la plaza, pues,
sobre el césped,
qué hacen?
Esos esperan;
esos somos todos,
que esperamos para cantarte,
para que te unas
y vuelvas con nosotros;
volvamos todos,
así de fácil,
así de paz, de luz y de noche.