Qué suerte tu noche
que te encuentra a solas
y escucha tus latidos secretos,
tus salivas más intimas;
qué envidia del vino y la música
que te ríen y te emocionan,
que te hacen cerrar los ojos
y entregarte a ti misma.
Quién fuera silencio,
a veces una lágrima,
quién hiciera de tu soledad
para abrigarte desde las sombras,
mirarte a los párpados mojados,
respirarte de cerca,
compartir tus penas e ilusiones.
Qué suerte tus copas,
que se beben contigo tus lágrimas
y alimentan la espuma
de tu alegría desatada;
qué suerte tu alegría
que siempre te pillara sonriendo;
qué rabia de tu sonrisa
que siempre nos acabó
por encontrar desnudos en la sombra.
Qué suerte la de tu noche,
que te encuentra despierta,
sin tiempo ni hora,
esperando a que llegue,
deseando que no pase;
quien fuera de tus sueños,
quien de tus vigilias,
quien se hiciera nocturnidad cruzada,
a contraluz del mundo.
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