Me duele encontrarme sin comas,
prefiero que me sobren,
si es que por sobrar, sobran bien.
No soporto perder la pregunta
en su inicio más castellano,
ídolo de la pereza…
Me desespera no hallar
por ninguna parte
el punto y coma,
pausa desgranada,
¡el gran desaliento!
No, no soporto atragantarme mientras bebo.
No hay nada como saborear
las historias con sus pausas y requiebros,
y es difícil no encontrarse en la senda escrita.
Pero si algo hay que me angustia,
que me desuela,
es cuando me faltan los puntos,
los puntos por los puntos,
los que marcan inicios
y los que cierran finales.
Es punto, pauta perfecta,
mínima pausa irredenta.
Sin puntos, no hay música,
ni ritmo,
no hay nada,
sólo aire entre las letras.
Me acongoja pensar sin los puntos,
y me requema su ausencia;
es como ver el mundo incompleto,
sometido a los instintos
más bajos de las malas palabras.
Ay, y los sabrosos guiones,
y los paréntesis, las comillas,
apóstrofos
y suspensos punteados…
Me duele levantarme
y encontrar que triunfó la desgana,
el correr por correr,
la excusa, la falacia,
el teclado exiguo,
la sombra incivilizada
de no saber contarnos las cosas.
Me agota, lo verbal y lo humano,
andar defendiendo
la libertad de hablarnos con cordura.
