Olvidamos como mojarnos

por Con Tongoy

Es curioso que huyamos de la lluvia. Siempre. Sigue pareciéndome un milagro que el agua caiga del cielo, para volver a subir después, para luego volver a caer. No es el hecho en sí el que me parece un milagro, es todo el ciclo. Es la perfección del sistema a nuestro alrededor. Todo gira. Todo está envuelto en el ciclo de muerte y vida, de regeneración y reutilización. Todo lo está, al menos, hasta que el hombre interviene. Está claro que somos un agente desestabilizador, el agente desestabilizador, el único y verdadero. Alteramos por sistema, hasta a nosotros mismos.

Hace unos días leí la siguiente afirmación: “si el hombre destruyera el medio ambiente, se destruiría a sí mismo pero no acabaría con el Planeta. El Planeta, la Tierra, volvería a albergar vida al cabo del tiempo, de poco o mucho tiempo, pero la vida, muy probablemente,  volvería a surgir de nuevo. El hombre no.” No nos damos cuenta, pero cuando hablamos de destruir la Tierra, hablamos en realidad de acabar con nosotros, de la Tierra que nos atañe, la que nos vale, en la que podemos vivir. Aun si el hombre fuera capaz de provocar un cataclismo de tal magnitud, que arrastrara hasta el último rastro de vida, quién nos dice que esa vida no volvería a florecer, traída por algún cometa, nacida de unas olvidadas y últimas bacterias extremófilas. No, el hombre no acabará con la tierra, el hombre sólo acabará con el hombre.

Y a pesar de ello, seguimos sin mojarnos. Nos importa más nuestra ropa o nuestro pelo, que el disfrutar de un día de lluvia. “Hay que trabajar, no quiero llegar mojado a trabajar”. Normas de convivencia a veces extremas, muchas otras sin sentido. “No me gusta mojarme, luego tengo que cambiarme”. Excusas sin fundamento, frases que pierden su sentido al momento de ser pensadas.

Crecemos y dejamos de mojarnos. De niños nos mojamos, buscamos la lluvia, la disfrutamos. Después lo olvidamos todo. Olvidamos disfrutar de los días, de las lluvias y los charcos, nos centramos en el sol como síntoma de vida y despreciamos el gris. El gris es triste, decimos, pero no lo sabemos. No lo es. Hacemos del día gris un día triste, cuando nunca debiera ser así. El día de lluvia es el canto a la vida. La lluvia es la parábola de la regeneración, el paradigma del ciclo vital de nuestro mundo. Y el sol también, pero el sol está siempre, aun cuando no podemos verlo, siempre estará. La lluvia no. La lluvia es un suceso que se da sólo cuando puede darse, el resto del tiempo no existe, es sólo un proyecto de tormenta.  Por eso es más especial, por eso debiéramos mojarnos, disfrutar del gris con sonrisas, húmedos y contentos mojarnos en charcos, mancharnos de barro…

No podemos. No nos dejamos. El mundo es de los días claros. Los días grises son para el melancólico y el romántico; si es que hay románticos que no sean melancólicos. No sonreímos ante la lluvia, no en la ciudad. Disfrutar con la lluvia es algo vulgar. En la ciudad parecemos olvidar que somos lo que somos, que formamos parte de algo, mayor, más importante. Algo gigantesco e inmune a nuestros salvajes embates. En la ciudad ya no sonreímos ni cuando hace sol, porque no lo vemos. La mayor parte de las veces yace escondido sobre montañas de ocupaciones, casi siempre vacías. Y cuando no se esconde, somos nosotros los que escondemos la mirada en los pasos que damos, en las losetas sin vida de un suelo oscuro, casi negro. Negro de rabia, negro de impotencia por no saber mirar al sol. Negro de falta de vida, la que nos llevamos cuando pasamos sin mirar al cielo, sin bañarnos en los rayos de sol.

No nos mojamos. Despreciamos el sol. No hacemos más que andarnos en monstruos de cemento, de arriba abajo, de izquierda a derecha, viendo poco, anudados en los dedos de los pies. Y así vamos, algo perdidos, huyendo de la lluvia porque nos moja, huyendo del sol porque nos quema, completamente confundidos, heridos por la muerte de las normas escritas o aprendidas, sin sabernos libres, sin sabernos hombres.

Somos otra cosa si no nos mojamos. Todo se moja, hasta los vampiros se mojan, todo menos tú, menos yo, menos todos los que pasamos corriendo enredados en paraguas, bajo incómodas capuchas. No eres nada si no te mojas. No seré nada si en los días de lluvia no salgo a la calle y me dejo mojar, algunos minutos, por algunos millones de gotas. Gotas sucias o no, frías o no, fuertes o no… No me siento yo si, cuando llueve, tengo que pasar el día refugiado en una mesa, delante del ordenador, cumpliendo, cumpliendo, cumpliendo. Haciendo, haciendo, haciendo, sin saber muy bien por qué. Sin entender.

Y mientras fuera todo se moja. Todo menos yo, que vivo escondido de la lluvia, del sol, que vivo escondido de mí mismo, con miedo a ser quién soy… Con miedo a mojarme de verdad, hasta los huesos, porque la vida es así, nace de la lluvia.

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