Hoy he ido colgado de la puerta de tu casa,
por ver si de tus nieves algo se me pegaba.
Todo el día, desde la gris mañana a la tarde
ancha, he pasado viajando en los frescos recuerdos
que tus olores, aún presentes y cercanos,
suaves como siempre, con cada giro me daban.
He retozado en las señales de tus patitas
de hormiga en mi piel, paseando por mis esquinas,
me he dejado caer hasta el rojo lago estigio
de tus humedades; su agua caliente repara
las heridas que el vacío provoca, profundas,
y aunque por segundos sea, mi vida te atrapa.
Si tengo que luchar solo y mudo contra el mundo
y sus voces de difuntos, acabaré loco,
no sabré encontrar el camino sin la llama ocre
que de las esferas de tus rincones emana,
que de entre tu exquisita gracia vas y me otorgas,
en cada roce, con cada absoluta mirada.
Antes prefiero seguir con tus llaves, surcando
con ellas la noche de tu piel, y en tus bolsillos
transportarme por encima de esta áspera tierra,
que poco o nada de lo que somos sabe o quiere,
que poco comprende de querer vivir queriéndose,
de hacerse vivir, el uno al otro, más, más fuerte.
¡Mucho más fuerte!